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Críticas

La macchina del fango   2011/2016

Se presenta a través de dos series compuestas por once obras cada una, cuyo formato regular recurre a la geometría del cuadrado. Desafía su equilibrio estable y sus límites introduciendo púas que obedecen a la consigna que la máquina del fango les propone.

 

¿En qué nos implica el fango? Unas veces enfrentando presagios negativos; otras, rodeándonos con su espesura para no permitir un fácil desplazamiento. El vínculo con la suciedad nos conduce a mostrar las bajas pasiones, la inmoralidad o la censura porque su simple presencia ya nos habla de algo más, de ser parte de un sistema que lo legitima. Sin embargo, su plasticidad, le permite modelar y ser principio de cambios o transformaciones; le permite, además, mostrarse ambiguo y enigmático.

Para Gabriel Manzo no resulta ausente el referente del escritor italiano Roberto Saviano y los resultados de la edición de “Gomorra”, dado que sus denuncias, rápidamente censuradas, lo involucraron en incontables persecuciones. El texto escrito del autor avanza contra los actos deshonestos, indecentes y maliciosos mientras la máquina del fango, como represalia del poder corrupto, le escupe su materia para acallar y templar la reflexión crítica.

 

Con la pintura, Gabriel activa sus medios expresivos y se manifiesta a través de elementos angulares que avanzan y crecen atendiendo a las pulsiones de todos los que son parte de unas relaciones no tan sociales o, al menos, no tan transparentes. Las formas, monocromas o teñidas de luz, son el resultado de la búsqueda de un interlocutor que les hable a los otros de la diversidad de conflictos que se tejen en diferentes ámbitos.

 

Así, se habilita un espacio con visiones panorámicas desde arriba y desde abajo con recorridos que nos conducen al encuentro de múltiples situaciones. A veces con opacidades y otras con destellos que resplandecen a modo de contraluz. Los filos acusan y enfrentan, siempre en acción como testigos calificados y “aunque la atmósfera seduce por cobriza, no hace más que oler a azufre” (Manzo, 2011).

 

Hay sugestión y atractivo, nada proyecta sombras ni nadie comparte ese espacio. Se trata de un sitio en un mundo de quimeras, sin demasiadas sustancias pero con presencia de algunos volúmenes apenas sugeridos. Junto a estas instancias, una poética sexual nunca se desdibuja permitiendo la convivencia de símbolos fálicos visibles e invisibles; dichos y no dichos.

 

Los cuadros nos devuelven la mirada, nos implican en ese proceso que permite la producción de una imagen que nos golpea la conciencia y en la que adjudicamos sentidos. Todas las sensaciones, evocadas en los diferentes cuadros, están envueltas en semejanzas y similitudes del acontecer de la vida diaria. Entre los dominios de los afectos advertimos los efectos que cada cuadro desenmascara: y allí están los “intentos de heridas… como a latigazos… afilando las lenguas para la próxima embestida” (Manzo, 2011).

 

Graciela Zuppa

 

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¿Cómo puede complicarnos el fango?

 

Unas veces enfrentando presagios destructivos; otras, inmovilizándonos dentro de su espesura mordaz; también generando vida y/o mostrando con su impureza las bajas pasiones, la inmoralidad o la censura.

 

Anegados en estas travesías, es posible construir lógicas subterráneas que propaguen un latente potencial simbólico. Así, el itinerario iniciado, tendrá la capacidad de trasladarnos a otros escenarios, otros secretos y a enfrentarnos con las púas que obedecen a la consigna que la máquina del fango les propone. Los filos acusan, desprestigian y enfrentan, siempre en acción, como testigos calificados; si desandamos sus maniobras y sus formas indiscretas, podemos debilitarlos y comprender sus sombras imaginadas.

 

Ante el giro de las ruedas en el barro, nos relacionamos con la actitud receptiva de la tierra y el poder transformador del agua. Y en ese oler a recién elaborado, el fango se transforma y metamorfosea para incomodar, una y otra vez, nuestras ausencias

 

Graciela Zuppa

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Serie Puentes   2005/2011

Andar/ desistir / exponer / reinventar / curiosear;

ensueño / ficción / cualquier parte / todo el mundo:

encuentros con Gabriel Manzo 

 

La imagen confiere al pasado una actualidad naciente, fresca, poblada de memorias que se articulan según otros tiempos vividos. La urdimbre así conquistada nos conduce a las múltiples persistencias que son evocadas por formas, colores, espacios, líneas.

 

Entre las infinitas dimensiones en las que se gesta el pasado, es posible encontrarnos con la resonancia de sitios, experiencias, sentimientos y ámbitos que conducen, también, hacia la exploración de los secretos de la exquisita intimidad.

 

Hoy, frente a la obra de Gabriel Manzo, podemos intentar descifrar diferentes síntomas que se comportan como orientadores dentro de los itinerarios decididos en su andar por este mundo.

Si traspasar el arco de la Estrella de Cáceres, caminar la cuesta de Aldana o intentar reconocer los ecos en la calle de la bóveda nos puede conducir al encuentro con dragones del siglo XII, recorrer los rastros presentes en las obras, a través de sus tensores, nos estimula a descubrir sus espectros, fantasías, ilusiones, quimeras y ensueños. Sin enredos ni tropiezos, su imagen actualiza la invisibilidad de los abismos, de las presencias y de ciertas ausencias con aviso.

 

Como recurso, la metáfora se instala y manifiesta ser el referente relacional con el pasado. Deposita sus significados en las superficies pintadas, conducidas por el ejercicio de una custodiada técnica. Así, el productor de imágenes, comienza el tejido cultural de su propuesta y nos deja explorar los modos  asumidos de su tiempo actual.

 

Gabriel Manzo fija su atención sobre las estrategias simbólicas y selecciona las que le permiten andar sus nuevas correspondencias. Algunas huellas se materializan por tensores entre círculos; otras, sólo a través de segmentos deshilachados, etéreos, como líneas no especificadas desde la contundencia. Da forma  a su marco interpretativo: un mundo simbólico que condensa la construcción social de todas las historias que nunca fueron en soledad porque siempre hubo un otro/ unos otros.

 

Los puentes especifican códigos de intercambio y vínculos que anidan en el imaginario en rediseño. Son lazos que movilizan redes de relaciones entre escenas de tensión y distensión; discordancias y acuerdos; compatibilidades y afinidades.  Una representación dada en espacios texturados que son capaces de hablar desde la profundidad. Cada círculo es la vida que vuelve a recomenzar, desafiante y enérgica. Se manifiesta en el plano o entrando y saliendo del mismo, buscando entrelazar sistemas o inquietar la multiperspectiva del espacio. Los círculos mayores, incompletos, parecen testigos semiocultos de una estrategia espacial que se abre sin consumaciones y que, además, permiten asomar unas guardas americanas con arraigo en el otro continente. ¿Grietas? algunas, contenidas entre movimientos significativos que desvalorizan su influencia. Nada se deja ni queda desmantelado, porque todo es experiencia que incentiva las actitudes prontas a consolidar los rastros ajustados o próximos a estallar.

 

Todas estas actitudes son referencias que revitalizan lo inesperado y el encantamiento particular de Gabriel entres sus senderos. Lo que fue, lo que ha sido, lo que comienza se enlaza con la materia en el plano. La cartografía, en su calidad de imagen subjetiva, abre su escenario para el habitar de los puentes mezclados con el protagonismo del rojo y la textura. No a la nostalgia, porque la historia de Gabriel Manzo se permitió abrir puentes que, entre tantas opciones, lo trajeron hasta aquí permitiéndole incluirse en un juego rizomático, arborescente, resultado de sus múltiples preguntas. El contraste con su ciudad natal, la Mar del Plata con gusto a sol y sal,  enriquece sus vivencias  porque vivió en esta ciudad donde el mar es inmenso y donde el fluir como el agua es parte de la esencia que mueve las cosas. Una escollera expectante, unas lanchas amarillas que retornan, la vida frente al horizonte esperando la llegada de un nuevo amanecer o las noches con murmullo  húmedo. La invitación a partir hacia la divergencia es otro desafío que impulsa los sentimientos.

 

El título de la serie, más que un nombre, resulta una sugerencia para la comprensión del sentido de la obra. Ningún observador puede hacer una vista desinteresada. Hay provocación y acceso a un mundo narrativo gestado para consumar acción: como el de un sistema de poleas polidireccionales, prontas a girar y estimular al espectador a implicarse desde la sensibilidad.

 

Desde el mar

Graciela Zuppa

Historiadora de Arte

 

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Puentes en Manzo

Atravesando ese punto de oscuridad donde todo confluye,

están los mundos y las realidades

Mariana Docampo

La magia llama a la felicidad.

El nombre secreto es, en  realidad, el gesto con el cual la criatura es restituida a lo inexpresado.

Giorgio Agamben

Hay cierta espesura que no sabe ni puede hacer su tiempo y espacio en el presente. Como ciertas formas del olvido que han sido la falencia y el dolor de almas más perdidas de extravío que exiliadas en desamparo. Y Manzo nos trae Puentes. Los trae porque sabe de tajos en la superficie, en la superficie anímica, tejido de subjetividades que amasan y construyen la historia, la propia y la ajena, la otra, otra que nos va entrelazando espíritu y obra, palabra y natura, lengua y extranjería.

Somos por condición extranjeros en nuestra historia y en nuestra tierra, aun en nosotros mismos somos seres de exilio y refugio, y oteamos el abismo que nos separa de los sueños, de lo perdido, de lo esperado, de lo que no se comprende, de lo que se ignora. Esa forma del pasado nunca pasado, del pasado ya no vivido, del pasado que está por venir, hace espesura cuando el presente ha movido su punto de encaje y no aloja las reliquias inconclusas de otro tiempo, tiempo que late y chirría su presencia bajo leyes en desuso; esa hechura es una materia impedida; una materia truncada en su movimiento hacia nosotros.

 

Espesa materia nos merodea y de manera silenciosa nos orbita, habla con su lengua perdida como quien grita en una lengua muerta o quizá en una lengua no nacida.

Saber oír, darle escucha, hacerle espacio, espaciarse.

         Esta sonoridad anida magia y vértigo.

         Y Manzo nos trae Puentes.

         Pues somos extranjeros en nuestra lengua.

        

Hay quien dice que la tristeza es hija de la impotencia y hay quien agrega que la impotencia es el dolor de entrar en el lenguaje, como quien abandona una magia anterior, un modo de la existencia cuya textura y materia tiene la forma de una felicidad que luego nos orbita, como un recordatorio extremo de haber sido otros. Esos quienes que dialogan consideran que la felicidad es huidiza no tanto porque no se deje atrapar sino porque no se puede decir, porque la traducción que hacemos de ella en nuestras ansiosas y crispadas lenguas se ve desbordada, y cada vez que se la nombra se la desordena, y finalmente se la descompone.

La felicidad está en la otra orilla, en la otra punta, en el borde mágico de la cosa que nunca muerta es bañada por el mar de la palabra. En ese borde mágico y abisal, Manzo construye puentes, los suspende entre territorios no tan imposibles como plenos de encantamiento y exceso.

Entonces, Puentes no sólo propone un tránsito, también asume el momento del encuentro.

Se dice que la felicidad no espera donde la buscamos, y aun se dice que la felicidad está siempre en otro lugar, en el lugar de la suerte, en el lugar de la magia, en ese lugar que despojado de palabras nos alivia con gestos, nos alegra de silencio y nos posibilita el arte.

Por eso, hay quien comienza, hay quien se inicia, hay quien recibe y hay quien da.

Gracias Manzo.

 

Vanesa Guerra

Psicoanalista y escritora.

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Gabriel Manzo

relojero del vacío.

pinturas e instalaciones   2005/2011

 

[Cualquiera que sea nuestro grado de cultura, si no reflexionamos internamente sobre la muerte, no seremos más que nulidades. Un gran sabio que no sea más que eso será muy inferior a un analfabeto obsesionado por las grandes interrogaciones. En general, la ciencia embrutece los espíritus reduciendo su conciencia metafísica]

E.M. Cioran

 

No es cierto. Lo que afirma Cioran es la cita que abre este breve ensayo. No es cierto. Y voy a demostrarlo. Claro que para ello tendré que tirar de amigos. En este caso me apoyo en Gabriel. Gabriel Manzo, artista, amigo, persona. Le he pedido, por favor, que me permita usar su obra para esta noble tarea. Y ha accedido. Utilizaré sus pinturas e instalaciones, incluso utilizaré su cara y sus manos (esto ya, sin su permiso) para refutar a Cioran.

Manzo explora, con obsesiva ligereza, lo metafísico. Aquello que siempre está, que late y vive inaprensible, lejos del alcance de la mirada ordinaria. Sin embargo, tampoco la mirada extraordinaria, metódica y analítica, lo consigue fácilmente. Hay un peaje, siempre hay peaje para toda tarea y toda empresa, y la que afronta Manzo no es una excepción. Hay un precio a pagar. Manzo frena ante la dificultad de explorar lo inexplorado. Frena para mirar. Sin linterna, sin candela, sin bastón. ¿Cómo explorar con rigor científico aquello que está más allá de la mera explicación? No se puede. Y también este dato está en la obra de Manzo. El reconocimiento de esta imposibilidad llena las pinturas de la serie Puentes del vaho de la melancolía. Un vaho casi imperceptible, ligero, tan ligero como la muerte. Siempre está, pero hacemos por no ver. La ciencia nos lleva a la metafísica que sólo puede ser explorada con rigor a través de la ciencia, que de nuevo, en un perverso ciclo tibetano, vuelve a pedir ayuda a la metafísica, que infinitas veces se muestra impotente. ¿Cómo unir ciencia y poesía? ¿Cómo hacer de la metafísica objeto de la ciencia? ¿Cómo pensar lo que habita en los límites? Esa es la tarea de Manzo.

Es seguro que ese empeño le costará la vida. Pero, la vida está para gastarla, y una tarea noble, y en muchos aspectos abisal, como ésta bien merece el gasto.

 

Como tiempo y espacio son los ejes de toda actividad seria relacionada con el arte y la ciencia, tiempo y espacio son los conceptos sobre los que construye Manzo su mirada. Nosotros reflexionaremos con Manzo, prestándole la voz de la filosofía para amplificar, más aún, el proceso de investigación que supone la obra de Manzo en España.

 

Espacio

Toda observación sobre el arte, el espacio y el juego recíproco de ambos, en la obra de Gabriel Manzo, no pueden dejar de ser preguntas. Desde luego se pueden expresar cuestiones en forma de afirmación, pero no por ello dejan de ser interrogantes abiertos. Cada afirmación genera dos nuevas preguntas. El observador, como Hércules, trabaja incesantemente para desentrañar alguna afirmación, algo que lo aparte de lo incómodo del preguntar. Pero si a Hércules le desquició Hydra con su perversa manía de desarrollar tres cabezas cada vez que el héroe le cortaba una, al observador que se pone ante la obra de Manzo le seduce una y otra vez con nuevos interrogantes. Cada respuesta encierra en sí nuevos interrogantes. Las figuras plásticas, por más que huyan de su condición de figuras, no pueden dejar de ser cuerpos. Su masa, definida a través del uso de múltiples materiales, se configura polimorfa. La configuración morfológica, casi física, acontece en la delimitación. La delimitación funciona como un émbolo que nos lleva de la inclusión a la exclusión para determinar la mirada. Y es en este proceso donde entra en juego el espacio. El espacio es conquistado por la figura plástica quedando así moldeado como volumen cerrado. Esto que es una obviedad, sabida por todos, no deja de resultar permanentemente enigmático en la obra de Manzo. En la serie La macchina del fango podemos contemplar como emergen figuras, formas, contornos que van colapsando el territorio yermo que compone todo vacío. En Puentes, si bien el espacio/vacío lucha igualmente por sobresalir, lo hace de un modo algo más elegante, entendiendo por elegancia la conmiseración para con el espectador. Manzo se preocupa del espectador. En el ojo del observador se graban a fuego los juegos matemáticos, la cadencia pendular de las figuras en constante movimiento. La quietud de las figuras sólo dura lo que dura la percepción, pero en cuanto uno, como observador, aparta la mirada, las figuras comienzan su danza, rellenando huecos, tapando grietas, cerrando agujeros, llenando el vacío.

En Traición al sol, la travesía de espadas amenaza la luz, la línea recta amenaza a la curva. Si Nietzsche tenía razón, y lo recto siempre miente, poco o nada le cabe esperar a la violencia rectilínea en su enfrentamiento con la curva. La curva es eternidad, pero eternidad que no acaba, ni siquiera tiende, a un fin hipotético, sino que su eternidad es cíclica y se basa en su retorno, en su eterno retorno. La recta tiene la fuerza de la violencia ciega que no le corresponde al espacio sino al tiempo. Ello deja lo recto de esta traición en mera conspiración palaciega, poco o nada cercana a una verdadera traición que ha de acabar con la muerte del Rey. Si el Rey en esta serie es el espacio, el espacio sale indemne.

 

Tiempo

El tiempo de Manzo no es el tiempo de Newton. Más allá de su carácter absoluto, y por ello profundamente religioso, que le otorga el inglés, para nuestro argentino el tiempo es herramienta. Herramienta que cronometra lo ilimitado. Eso es imposible, obviamente. ¿Y qué?

El mero intento otorga a su obra la dignidad y la nobleza propia de las grandes empresas. Si Hegel sabía que nada grande ha sido hecho jamás sin una gran pasión, Manzo sabe que un objetivo inalcanzable es, en sí mismo, el camino de la verdad. La verdad, como la naturaleza, está presidida por lo extraordinario. Lo extraordinario como mera posibilidad, como rumor, como susurro. Lo extraordinario como nueva forma de mirar. La diferencia entre lo ordinario y lo extraordinario, en la obra de Manzo, no tiene tanto que ver con lo que cabe esperar o lo sorprendente, como con la forma de mirar. Lo extraordinario, así, aparece tras la observación de lo cotidiano. Lo extraordinario no es ajeno a nuestra cotidianeidad, más bien, es lo cotidiano. Lo ordinario visto con otros ojos. La realidad detenida en la mirada del artista. El científico disecciona y clasifica para entender, matando con ello la verdad de la cosa. Manzo hace lo mismo, salvo que su objeto no está sujeto a disección posible ni, mucho menos, a clasificación alguna. Otra tragedia. ¿Cómo aprehender lo inaprensible? ¿Cómo pensar lo metafísico? ¿Cómo organizar lo que no tiene estructura? De nuevo, Manzo topa con lo imposible, topa con lo extraordinario, topa, en definitiva, con el tiempo. Como Heidegger, Manzo sabe, o mejor aún, teme que el objeto de su estudio, de su empresa, no se deje atrapar, no se deje conceptualizar. Comprendo ese temor. Es el mismo que hizo temblar a Kierkeggard en su estadio estético. Pero si el filósofo danés no pudo soportar la zozobra y acabó supeditando lo estético a lo religioso, Manzo no recula. Manzo sigue, y sigue…

 

El lenguaje de Manzo es el lenguaje del tiempo y el espacio. Y eso, amigos, son temas mayores. Objetos inaprensibles. Fuerzas de lo real. Estructura base de la naturaleza. La obra de Gabriel Manzo no es un problema, si lo fuera, tendría solución. La obra de Gabriel Manzo es un misterio. Y eso no se descubre. Lo más, nos permite, si accedemos a su código, a mirar furtivamente el camino que recorre este artista. La verdad de Manzo no es la verdad hebrea (emeth), no es algo a lo que agarrarse en el naufragio. La verdad de Manzo es la verdad griega (Aletheia), es algo por desvelar. Y esa es nuestra aportación. El observador de la obra de Manzo es siempre un vouayer, indiscreto y curioso. Traición al sol, La noche trae otros soles, Puentes, y La macchina del fango. Cuatro series. Cuatro miradas. Y a nosotros sólo nos cabe esperar.

Gabriel Manzo: amigo, artista, persona.

Jesús Fernández Perianes

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Serie “Traición al sol” 1999/2007

 

“Impresos sobre azules planos nebulosos, cósmicos, los soles flamígeros de la felicidad de Gabriel Manzo, inevitablemente se debaten ante la impiedad de sus propias espadas, ante ejércitos de hierros erizados. Ocasionalmente y mediante la jerarquización de las imágenes, estos astros pueden aparecer fulgurantes, victoriosos, triunfantes, o bien, otras veces, demostrando su expresa rendición, su sometimiento; minúsculos, diríase que avergonzados por su derrota. La plenitud del universo donde viven estos símbolos antagónicos es una galaxia azul, acaso con reminiscencias de los antiguos azures heráldicos y, de algún modo, conforma un etéreo campo de batalla tanto como para aquellos soles de beatitud, como para la crueldad letal de los hierros. Los cuadros de Manzo, en su presente serie, al mismo tiempo y como personales y vitales cartas de baraja, expresan una intrincada nomenclatura en la cual predomina el secreto poder de la cifra, la magia exclusiva del número”.

 

Andrés Bardon

The Pictorial Bardon Group

 

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“Soles de galaxias desconocidas; astros que giran, sin exacta conciencia de sí mismos; planetas del desconsuelo, de la soledad, del desamparo. Estas aparentes fantasmagoría, aparentes, porque el artista cree sonoramente en su existencia y en su gravitación - hacen del arte pictórico de Gabriel Manzo una visión desasiada de las habituales nociones del tiempo y del espacio, para ingresar así, y a pie desnudo, en los reinos en los que fugitivas visiones, o recuerdos de vidas anteriores marcan portentosos y firmes derroteros sobre la piel, o en las ocultas nervaduras de la sangre, en el dosel ya sin freno de las pesadillas a las que damos el nombre de vivir.

 

Espadas de luz son las que enciende, y lo hace para custodiar ese tesoro que late y vibra en sus telas, jirones de eternidad”.

 

César Magrini

Crítico de Arte

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Extracto de:

El Diván – belleza y seducción - Diario La Capital de Mar del Plata – 2 de noviembre de 1991

 

… Gabriel Manzo se perfila en obras de factura mediata, donde conjugan: silencios, colores y texturas. Sus pinturas (dramáticas e irónicas) cargadas de fuertes efectos visuales, son también táctiles. Entre metáforas y contrapuntos sorprenden con planchas de madera adosada al soporte, señales, relieves, sogas y fragmentos. Paleta densa y sostenida, impecable oficio, Manzo revela juego seductor de “alusiones y armonías”.

 

Pablo Menicucci

artista plástico – crítico

 

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del catálogo "A Todos…"

muestra de fin de curso de Carrera – diciembre 1992

 

Desconfían de la palabra, dado que se reconocen en lo sensible visual: la imagen.

 

Así nos presentan lo que se considera incomunicable, lo místico, lo ético y también lo estético perteneciente al orden de lo no decible, al igual que la forma lógica, forma o estructura de la realidad que no puede ser dicha sino solo mostrada en la imagen.

 

Un mostrar que da a ver, que hace ver exhibiendo sin decir.

Un aspirar al Ser útil del útil.

Mostrar y decir, esta vinculación no dejará de redimensionarse a lo largo de sus vidas.

Jóvenes artistas que se manifiestan apropiándose, a través de sus miradas curiosas, de las virtudes expresivas de los materiales, de sus sentimientos, de su querer Ser; todo les pertenece.

Su actitud es una saludable apropiación de todo aquello que sirva para desarrollar su discurso contemporáneo.

Su resultado, una obra de lectura abierta y plural pudiendo cada espectador por medio de sus experiencias convertir su producción significante en otro texto artístico.

 

Hablar de la Obra?... Traducir lo intraducible?...

 

Oscar Elissamburu

artista plástico

 

Extracto de:

El Diván – belleza y seducción - Diario La Capital de Mar del Plata – 12 de diciembre de 1992

         …he aquí, la imponente pintura de Gabriel Manzo.

 

Pablo Menicucci

artista plástico – crítico

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Serie Tránsito Pesado   1991/1992

 

Gabriel sale de sí mismo para observar, de forma apasionada la realidad y luego regresar a su propio interior e interrogarse en profundidad. Luego, sus ricos hallazgos, sus conquistas plásticas, y también riesgo y compromiso de todo auténtico creador. Sus pérdidas, sus desencuentros. Lo importante es arriesgar y ¡Gabriel arriesga!

He ahí el buen camino, el verdadero rumbo…

Importante es aconsejarle como colega y amigo, que nadie ni nada, (los cantos de sirena, los prestigios congelados, los boberías consagradas, los ístas de entrecasa, en fin, los payasos de siempre), se puedan arrogar sobre su yo más desnudo derecho alguno. Permitirlo significaría perder la libertad para crear, para ser... para decir lo que sentimos desde nuestro auténtico territorio emocional, desde nuestra verdadera geografía…

Y en arte hay que decirlo todo!

 

Gustavo Javier Mena

Lic. En Bellas Artes

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